martes, 25 de mayo de 2010

DIOS ES REPUBLICANO

Me manda Arturo del Villar un artículo sin desperdicio alguno.

DIOS ES REPUBLICANO

La mayor diatriba contra la monarquía que se ha planteado en toda la historia de la humanidad la hizo Dios nada menos. En sus comienzos como pueblo los judíos formaban una familia, presidida por un patriarca, hasta que Jacob, a quien el mismo Dios cambió ese nombre por el de Israel, y sus doce hijos varones, patriarcas de otras tantas tribus, se instalaron en Egipto. Allí, tras un período de prosperidad, sus herederos acabaron siendo esclavos.
Dice la Biblia hebrea, el llamado Antiguo testamento en las ediciones cristianas, que pasado un tiempo Dios, denominado Yahvé en unas versiones y Jehová en otras, eligió a un líder para trasladar al pueblo judío de Egipto a la tierra de Canaán, con poderes absolutos: era Moisés. Tras él fue designado Josué, y a continuación actuaron como dirigentes del pueblo judío los conocidos como jueces, aunque en realidad eran líderes guerreros que imponían su autoridad. Uno de ellos, Gedeón, fue elegido rey por los israelitas, pero él rechazó el título. Otro, Abimelec, sí aceptó la corona, y reinó tres años, aunque no tuvo continuidad.
El último de los jueces fue Samuel, a quien están dedicados dos libros en la Biblia hebrea. Se cuenta en el octavo capítulo del primer libro que cuando envejeció puso a sus dos hijos como jueces, pero el pueblo los rechazó, y le exigió que reclamara a Dios la elección de un rey. Al parecer, Samuel se comunicaba con Dios en sueños, y después interpretaba al pueblo sus designios. Y ésta es la opinión de Dios sobre la monarquía, expuesta para prevenir al pueblo judío de lo que le esperaba si persistía en su propósito de tener un rey, según la traducción de Nácar y Colunga publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos:

Ved cómo os tratará el rey que reinará sobre vosotros: Tomará a vuestros hijos y los pondrá sobre sus carros y entre sus aurigas y los hará correr delante de su carro. De ellos hará jefes de mil, de ciento y de cincuenta; les hará labrar sus campos, recolectar sus mieses, fabricar sus armas de guerra y el atalaje de sus carros. Tomará a vuestras hijas para perfumeras, cocineras y panaderas. Tomará vuestros mejores campos, viñas y olivares, y se los dará a sus servidores. Diezmará vuestras cosechas y vuestros vinos para sus eunucos y servidores. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores bueyes y asnos, para emplearlos en sus obras. Diezmará vuestros rebaños y vosotros mismos seréis esclavos suyos. Y aquel día clamaréis a causa del rey que vosotros elegisteis, pero entonces Yahvé no os responderá. (Libro 1 de Samuel, 8: 11-18.)

Naturalmente, Dios tenía razón. Así se han comportado los reyes a lo largo de la historia, y así continuarán haciéndolo mientras subsista la anacrónica institución monárquica. El pueblo judío desoyó las advertencias de su Dios, y padeció la tiranía de unos reyes que actuaron tal como él había previsto. Se narra en los libros bíblicos de los Reyes y de las Crónicas, hasta la destrucción de Jerusalén y cautividad del pueblo judío por sus conquistadores. Resulta una historia de continuos desastres y horrores, que confirma la exhortación divina sobre la maldad de la monarquía.
La Iglesia cristiana acepta la Biblia hebrea como revelación de Dios, pero la interpreta a su conveniencia. Por eso ha permitido la alianza entre el altar y el trono, desoyendo la condena especificada en el Libro 1 de Samuel. Cuando el emperador Constantino descubrió que la mayoría de sus súbditos practicaba el cristianismo, decidió aceptarlo como religión oficial del imperio, mediante el edicto de Milán del año 313. Desde entonces el altar y el trono se han protegido mutuamente.
Desde entonces los teólogos cristianos defienden que la monarquía es una institución de origen divino, por lo que atentar contra la persona del rey se convierte en un pecado además de un delito, castigado por el poder civil y por el eclesiástico. El rechazo absoluto de la monarquía por parte de Dios, inconfundiblemente expuesto en el texto citado, no fue tenido en consideración, porque molestaba a sus planes.
La Iglesia de Roma no ha sentido ningún recelo a la hora de falsificar el libro en el que ella misma dice que está recopilada la revelación de Dios, la Biblia. Por eso condenó a morir quemados vivos en la hoguera a quienes lo traducían a los idiomas vulgares, a los impresores, a los vendedores y por supuesto a los lectores.
Los llamados autos de fe, en los que el impúdicamente denominado Tribunal del Santo Oficio quemaba a los disidentes, eran muy a menudo presididos por los reyes cristianos, satisfechos de que la Iglesia atemorizase a sus vasallos con unos castigos declarados de origen divino. Téngase en cuenta que el sanguinario tribunal de la Inquisición fue otorgado a España por el papa de Roma Sixto IV en 1478, a petición de los reyes Fernando e Isabel, que se valieron de él para eliminar a cuantos súbditos representaban un peligro para sus planes totalitarios. Fue el principal motivo para que el inmundo papa Alejandro VI les concediera el título de “reyes católicos”, aplicable a ellos y sus sucesores, por lo que el actual rey de España lo puede ostentar.
En las monedas se llegó a tallar una inscripción blasfema alrededor de la cabeza del monarca y tras su nombre, “rey por la gracia de Dios”. Si Dios es contrario a la monarquía, resulta imposible que conceda su gracia a un rey. No obstante, la alianza entre el altar y el trono la hacía adecuada. Incluso durante la etapa del nacionalcatolicismo la Iglesia autorizó una adaptación a la efigie del dictadorísimo, llamándole “caudillo de España por la gracia de Dios”. No sólo es una blasfemia, sino un insulto al pueblo español, uno de tantos cometidos por la Iglesia romana en connivencia con el poder político. La Iglesia afirma que el dirigente supremo de la nación ha sido elegido por Dios, y no sólo hay que respetarlo, sino también orar por él en todas las misas que se oficien en el territorio. Una blasfemia sobre otra.
Cuando algún súbdito atentaba contra el rey, se convertía en reo de muerte según las leyes humanas y presuntamente divinas. La Iglesia romana llegó a extremos inconcebibles. Por ejemplo, cuando el cura Merino fracasó en su intento de matar a Isabel II con una navajita que apenas rozó las carnes de la gordísima golfa, fue condenado a muerte, pero antes el obispo le despojó de su condición sacerdotal, de forma que el reo fuese un ciudadano cualquiera. Ahora bien: en el ritual romano de la consagración sacerdotal se dice que sacerdote lo es para toda la eternidad, por lo que la ceremonia a la que se sometió al cura Merino fue imposible conforme al derecho canónico. Los jerarcas eclesiásticos no lo tuvieron en cuenta.
Puesto que el Dios que se da a conocer en la Biblia es contrario a la monarquía, ningún creyente en él, judío o cristiano, puede aceptarla. Pero a algunos pueblos les gusta ser vasallos.
ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO
Visite nuestro blog: www.fresdeval.blogspot.com

No hay comentarios: