martes, 14 de diciembre de 2010

HOMENAJE A MIGUEL HERNANDEZ

DÍA 5 DE DICIEMBRE
VALDEPEÑAS
CIUDAD REAL
Reunidos en Valdepeñas los poetas que abajo se relacionan, para homenajeara Miguel Hernández en el centenario de su nacimiento, leen los poemas que bajo su nombre están escritos.


Valentin Arteaga, Enrique Barrero Rodriguez, Natividad Cepeda, Elena Dominguez, Luis García Pérez, Angelina Gatell, Alejandro Gatón, Antonio Gutierrez Gonzalez de Mendoza, Nicolas del Hierro, Francisco Jimenez Carretero, Irene Mayoral, Francisco Mena Cantero, Juana Pines Maeso, Elisabeth Porrero Vozmediano, Diana Rodrigo, Onofre Rojano, Santiago Romero de Avila, Antonio Ruiz López de Lerma, Pilar Serrano de Menchen, David de la Sierra-Llamazares Cejuela, José Antonio Soria Estevan, Graciela Zárate Carrió.



VALENTIN ARTEAGA

Canto de Acción de Gracias para Miguel Hernández

Nos cobijaremos aún bajo el amparo
de tu sombra purísima
mientras te damos gracias por traernos
jardines en tus manos
y el viento numeroso que agitaba
columnas y alfileres: Tu corazón tenía
la dirección del río.

Se retiraba el mar a la otra orilla a amortajar sollozos.

Gracias, Miguel, por las abejas, las lluvias y las nieves.
Bajo las torres góticas de tus ojos de arcángel
conjuramos la paz junto al tramonto
y los niños que corren en pandilla
por la plaza del pueblo.
La sangre llueve siempre boca arriba.

Enséñanos a ir por tu memoria
distribuyendo estrellas y jilgueros
a las novias de entonces. Ay de quien no esté herido.
Signum et instumest
agradecerte
el vuelo crepitante de tu poesía en llamas.


ENRIQUE BARRERO RODRIGUEZ

Homenaje a Miguel Hernández

¿Qué densa oscuridad alumbra ahora
el rayo poderoso que no cesa
y mantiene en el aire la promesa
de un amor que se incumple sin demora?

Exasperando angustias vuelve ahora
tu voz de tierra antigua que regresa.
Con candente ternura queda presa
la lava en una almendra vengadora.

Nacido para el luto como el toro,
la sombra y la tristeza canta a coro
un corazón que sigue en la embestida.

No te importe, Miguel, llamarte barro
que incluso en las sentinas del desgarro
han de alumbrar los rayos de la vida.


NATIVIDAD CEPEDA

y todavía Miguel Hernández se derrama en el aire

… y todavía después de tantos años la guerra no termina,
siguen naciendo niños con hambre, y las mujeres
quedan huérfanas de padres y maridos en pueblos
de vastos continentes.
También, Miguel Hernández, se taponan las bocas a todos
los que escriben palabras sin reservas.
Cuanto digo es tan cierto como que tú persistes
derramado en el aire lívido de la brisa
por donde yaces sin ausencias.

Yo vengo sin materia a escuchar tu latido
derramado en el aire que canta tu firmeza.
Pródigo tú, en el hilo que se opone
a la muerte renovando la vida
en tus versos, que nos salvan del silencio absoluto.
Porque todo lo tuyo fue un nido de hermosura
con orillas de lágrimas sin límites
tu voz no es posterior a la esperanza.
En medio de la pugna que enfrenta a los mortales
tu redoma de versos, Miguel, es un mar luminoso
con rescoldos de amor que encienden nuevas brasas.

Quedan, aún, hoy, Miguel Hernández,
niños yunteros de mirada huidiza; niños viviendo
en ciudades corrompidas, sin llanto en sus pupilas,
ni poetas que canten su tragedia.
Para salvarme de olvidos,
vuelvo a ti, para juntar mi angustia con la tuya
y, me duele este niño hambriento que se nutre
de miseria, de dolor y abandono;
igual que los niños tuyos muere, y como raíz se hunde
en la tierra lentamente.

…y todavía tú clamas en el siglo XXI del temor y de la dicha
cuando el poema interroga…
“¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?”

¿Quién rebasará el escollo de matar al inocente?

En el silencio del viento la historia se vuelve lluvia,
llanto de bruces inútil cantado por los poetas.


ELENA DOMINGUEZ

El Hambre

El hambre no es una palabra,
es un alarido sordo
en las entrañas.

¡Ay si el hambre hablara!

(Dadle una oportunidad,
un micrófono, un espacio en las ondas
y nos atronará con su grito)

No hay hambre más violenta
que la que nos atenaza
en medio de la opulencia.

El hambre no se mitiga
con estadísticas ni promesas,
para el hambre no hay espera.

(Su urgencia nos afila las uñas,
nos saca los cuernos,
las garras, las pezuñas)

Para el hambre no hay espera,
el hambre sin remedio
nos devuelve de nuevo a la caverna.


LUIS GARCÍA PÉREZ

La irreversible herida de tu ausencia

Como una abierta llaga nos duele tu partida
tan fría y tan oscura, tan temprana.
La memoria se tiñe de un dolor desolado
escarbando en el centro vital de la memoria

Triste destino: celdas y cadenas,
la terca oscuridad densa y profunda
con garfios de amargura y desaliento:
anopluros tejiendo la miseria
por tu sangre en luceros derramada.
Y un mar de soledad por tu costado.

Nos marca el desenlace de tu ausencia
como puñal de desalmado filo
y en tu caudal de savia sigue viva
la estela cenital que nos dejaste.

Oh torre sin campanas de júbilo vibrante,
alondra ya sin alas y sin trinos,
golondrina emigrante sin retorno,
mudas palabras, derrotado arpegio;
marinero sin barco ni gaviotas,
pastor sin tu rebaño, caserón sin ventanas
ni flores al naciente de la dicha.

Poco importa en el tiempo que los hombres
coronemos recuerdos con laureles
o esculpamos en piedra tu memoria,
si al llegar cada día la alborada,
tu ruiseñor es pozo de silencio
y el rosal primoroso de otros días
no volverá a brotar en primavera.

Las palabras son gritos que reclaman
tu presencia de orquídeas entreabiertas,
porque aún estás presente, no has muerto en la memoria,
poeta de la altura, de estrellas imposibles.

Dinos qué has encontrado en tu ribera,
en la otra orilla de misterio y duda.
En qué constelación has arribado.

¿Has visto a Josefina, a tus retoños
en serenos umbrales de otra aurora?

Mándanos tu respuesta por la cima del viento,
por la espiga dorada de tus altas regiones.
Necesitamos todos tu verso redivivo.

ANGELINA GATELL

La Sombra

I

Nunca jamás, Miguel. No se detuvo
la fruición de su diente. Tu inocencia
fue devorada y vive en los manteles
Como un manjar, dispuesta desde siempre

para yantar copioso y exquisito.
Servida está la copa de tu sangre,
aquella que vertida verso a verso
alzaste para el hombre y su infortunio,

nunca ofrecida a la avidez del cuervo.
Es duro imaginarla en las cortinas
De la opulencia, en las habitaciones
Donde nunca tus sueños habitaron.
Tú querías tan solo con tu puño,
Reconstruir la tierra. Iluminarla.

II

Qué turbador el canto. En él seguía
obstinada la sombra. Se agrandaba
posada en cada nota, esculpiendo
la inmensa noche y el dolor heñido

con la harina dispuesta en las artesas
para la hogaza del horror. No obstante,
nada pudo borrar de entre tus labios
las palabras exactas, las sencillas

palabras de nombrar el amor. Suenan
aún contra el oscuro como el agua
que sube de la tierra en persistentes

cangilones de barro, revelando
la claridad que fuiste, los cristales
maduros y esenciales de la idea.

III

A la muerte llegaste con las manos
colmadas de ti mismo. Y las tendiste
con toda aquella luz, dibujo externo
del mayor desamparo. Morir era

la proporción precisa del legado,
la arrebatada piedra del futuro.
En tus ojos abiertos quedó intacta
la intensidad de cada sueño como

un verso nunca escrito, como una
tristeza no gastada. Iba naciendo
muy sutilmente el día y no quisiste

recibirlo. Pero ella continuaba
proyectando en los muros, rubricando
la indefensión del hombre… y alguien dijo:

¿Pero cuando mi alma de esta sombra
se librará?

Un coro de graznidos
contestó desde el fondo de tu muerte:
¡Nunca jamás!


ALEJANDRO GATÓN

Para el centenario de Miguel Hernández

Vistió tu juventud ilusionada
un sudario de sueño y esperanza.
Ansias de sembrador y de labranza
en la tierra reseca y agrietada,

de un abrir un ancho cauce, con tu azada,
para un río de amor y de bonanza
de abundante cosecha. No te alcanza
la vista para ver tanta labrada.

Empuñaba tu mano ya la hoz
dispuesta a cosechar la sementera.
Antes de germinar, segar la idea.
Al eco poderoso de tu voz,
inundando tu río, sin frontera,
un vasto sequedal, tu mies verdea.


ANTONIO GUTIERREZ GONZALEZ DE MENDOZA

Sombra vencida

Sombra vencida, rayo que no cesa,
alma de ruiseñor, perito en lunas,
nanas de soledad con las que acunas
ese ciego dolor que te atraviesa.

Viento del pueblo, hiel de pena espesa,
umbrío caminar, luz sin fortunas,
puño y fusil mecidos en las cunas,
donde duerme, engañada, la promesa.

Dónde lates, Miguel, tras qué victoria,
no cerraron tus ojos, cielo oscuro,
que anunciaban caminos de otra gloria.

Quién fusila tu voz con un conjuro
empapado de ausencia y desmemoria,
para cargar tus versos de futuro.


NICOLAS DEL HIERRO

La sombra del ayer

Esta tarde nos llama la memoria,
la sombra del ayer. Es como un grito
rebelde y amoroso, necesario,
pálpito de la fe que nos anida.
No hay angustia en la boca
ni sequedad en la palabra,
porque es tu luz la luz,
el peso de un amor plural
que extiende su gemido
sobre parcelas en recuerdo
de un centenario niño que levanta
su calendario sobre noches
que llenara la luna con su grito
de peritaje antiguo y siempre nuevo.

Miguel, la gloria cuesta cara.
Me refiero a esta gloria, la de aquí,
ésta, de la que algunos te negaron
el aroma y el pulso, la belleza
del diario clavel que cultivaste,
la que sangrar hizo las llagas
de tu cuerpo, y el ánimo del joven
se acogió a la esperanza de los hombres,
y esos hombres son otros:
no se ajusta
la forma de su piel al traje
que el sueño idealiza en la razón
de quien se asoma cada despertar
al mirador de auroras y horizontes
que hacen pequeño al mundo.
Sueña
crecido en el amor de los humanos;
pero descubre un sueño incompartido.

Teñida en sombras y misterios,
herida la palabra, descompone
su armónica destreza: la condena
el silbo de las balas, la descarga
de las avaras fórmulas en pánico.
En silencio de afónicas gargantas,
solo el viento del pueblo rumorea
los rincones de ibéricas cocinas.
Y fue la muerte un grito susurrado,
un requiebro en la sombra, un sigilo
que levanta su voz, tu voz estética,
Miguel, tu voz de silbo vulnerado,
esta tarde de gloria centenaria,
aquí, en esta tierra nuestra,
en esta gloria tuya, tan amarga,
tan amarga y cruel, tan dura
cuando el recuerdo viene a la memoria,
granítico perfil, invicto pedernal,
que, imagen del ayer, es hoy un grito
rebelde y amoroso, necesario,
acicate en la fe que nos anida,
“porque un pueblo ha gritado ¡libertad!,
vuela el cielo, y las cárceles vuelan”



FRANCISCO JIMENEZ CARRETERO

Umbrío por la pena II

Umbrío por la pena, casi a oscuras
está mi corazón en este instante,
camina solitario y cruza errante
por desiertos de dunas inseguras.

Tan de pena se viste, tan de oscuras
etiquetas que, a veces, su incesante
latir, venas arriba, es navegante
e indeciso velero en desventuras.

Es este mi cansancio que fue el tuyo.
Apenado silencio… Ni un murmullo.
Ya apenas queda nada que me asombre.

Y mi pena doliéndose en tu pena,
a una duda incesante me condena,
¿qué queda del poeta y qué del hombre?


IRENE MAYORAL

Te cito, Miguel, en la orilla del mundo

Las esperanzas yertas
soñando paraísos…
Crucifixión de rejas,
desgarro de paisajes divididos.

Dale el “silbo del viento”,
un rebaño de estrellas,
y, Señor, Libertades de Universo.
Tus versos pastoreas,
desde Orihuela al Tiempo,
ondulantes, por cálidas mareas.

Que todo el sufrimiento
te llevaste a las siembras,
y creció: Gloria Alzada al firmamento.
-Sí. Ya pronto llego


FRANCISCO MENA CANTERO

A Miguel Hernández

Es falso que el recuerdo de al olvido.
Es falso que este río de la vida
-un hombre como un río es una herida-
desemboque en la muerte sin sentido.

Es falso que este hombre esté vencido
y no tenga otra puerta de salida.
Lleva una mano abierta y extendida
hacia la eternidad, otra hasta el ruido

que hace el tiempo al pasar. Por eso ahora
vuelves, perito en lunas, y a tu paso
das sombra en esta calle en que me pierdo.

Donde un reloj que nunca da la hora
avisa que el olvido es un ocaso
que siempre se refleja en el recuerdo.


JUANA PINES MAESO

Fue tu casa

Yo sé que fue tu casa.
Los átomos dictando tu impalpable presencia,
las fotos amarillas, los libros con las brasas
de tus ojos de fiebre,
la almohada en que soñabas tu iluminada tierra,
la pequeña maleta donde llevabas versos
como tiernos manojos de luz resucitada
y jirones de exilio,
y aquellas alpargatas con las suelas de esparto
cuyas cintas, que un día
mordieran tus tobillos,
anudaron por siempre tu alma a mi memoria.
Yo sé que fue tu huerto.
El aire, un aguacero de alientos y rumores,
las frondosas higueras derramándose en verdes,
y una hoja furtiva que robé para darle
dormición y penumbra en la entraña de un libro.
Fueron los limoneros, con el sol encendido
en la piel de sus frutos
como un escalofrío de agrietad y frescura,
y aquel olor intenso a menta y hierba luisa.
Y fue, quizás, que hubiera
deseado mi mano,
ser ella quien tirara aquel limón amargo…
Fue tu casa, tu huerto.
Lo quise tocar todo con un roce de alondra,
como quien besa sólo el filo de los labios
porque está el corazón postrado de rodillas.
Y lloré, simplemente. Con un llanto dulcísimo.
Lloré de ti y en ti, por ti y a tu memoria…
Aunque seguramente era en mí en quien lloraba.
Que la emoción usurpa
los más hondos desvanes que pueblan las arterias
y acaban casi siempre hiriendo sus cristales
y rompiendo el coágulo de todas nuestras lágrimas.


ELIZABET PORRERO VOZMEDIANO

Alfareras de arco iris

Tus manos, a pesar de los campos,
supieron ser espuma
y alfareras de arco iris en las sombras
aunque no fuera su barro siempre
cocido en la esperanza.

Tu voz se hizo labradora
y fue sembrando de verdades
corazones incrédulos.
Y fue pintando el retrato
de aquellas libertades enterradas,
o poniendo el color en las orejas
de aquellos condenados por pensar.

No todos dieron como tú
para hacernos más bello el mundo
ni todos supieron, como tú,
salvarse y salvar con su palabra.


DIANA RODRIGO

A Miguel Hernández

Miguel: hombre, luz y sombra.
La marea encadenó tu corazón a la miseria,
a la bravura terca del acento…

Tu voz hoy me grita
desde la hondura
indestructible de la memoria
y tus ojos –dos guadañas de pena,
dos perros mordiéndome las sienes--
me muestran la libertad
tronchada de tus huesos.

Dudo y amordazado mi llanto a la luna:
¿De qué sirve ahora
reclamarle a la tierra
tu frente enamorada?

Mientras palidece de muerte la noche…
y aquí tendida y dolorosa
sobre un sendero de sangre,
leo la furia de tu verbo.

Miguel –tigre desalentado—
regresa de nuevo a tu camino,
porque ya no tienes las alas cortadas.
La tenaz simiente de tus versos
emergerá de la tierra yerma…
y esta vez para quedarse.


ONOFRE ROJANO

A Miguel Hernández

Cien años ya, Miguel, y tú tan joven, tan vivo
y vigoroso cual árbol milenario al centro
de tu origen;
tan humano y tan latido por los cuatro costados
de la sangre del corazón de España,
los caminos del verso que penetra el espíritu,
el hilo que conecta la cicatriz del hombre.

¿Qué son cien años para la levedad del agua,
para el tiempo,
el perpetuo horizonte de los ojos que miran
el mañana?

Cien años hoy tú de aquel tu nacimiento
y tan niño yuntero todavía,
tan nana de cebollas dándote como alimento
a jóvenes poetas;
tan amigo fiel, tan elegía nuestra
o tan abierto y tan hondo dolor hasta el aliento.

Acaso, tan rayo que no cesa, de taladrar
razones de conciencia, lugares o aposentos
donde cuajar la vida que amamante
sagrados sentimientos.

Cien años nada más,
y todavía brisa, noche insomne de ayer
entre blancas paredes de nostalgia;
vientos del pueblo que nos traen y nos llevan
tu voz como un pañuelo inmenso
de orillas esenciales por sol y tierra adentro.

Miguel, cien años ya siendo tú mismo,
siempre inmortal esfinge de sincera pureza.
Cien años ya
por los espejos infinitos de los astros.


SANTIAGO ROMERO DE AVILA

Iba cantando abriles la mañana

Hay que elevar el canto más urgente
sobre el zarzal de todos los senderos
y que en la tarde azul, cien mil jilgueros
pongan amor al trino adolescente.

Hay que cantar, Miguel, con tono ardiente,
todo el ardor de arpegios duraderos,
y entre el calor de trémolos sinceros
que el corazón jamás se desaliente.

Cuando la aurora cante sus abriles,
hay que romper, Miguel, cien mil fusiles
y derribar cien lóbregas murallas.

Yo cantaré mi salmo de alegría
siempre esperando a que amanezca un día
pleno de paz, sin trágicas batallas.


ANTONIO RUIZ LÓPEZ DE LERMA

Hoy te evoco, Miguel…

Hoy te evoco, Miguel, con la alborada
incendiando el paisaje entre la bruma,
por donde el mar se vierte al infinito,
como nana de luz.

En soledad…

En esta soledad de madrugada donde rueda
mi insomnio pertinaz y mi cerebro
se pierde en alocadas utopías.
Mi cuarto es el altar,
yo el oficiante de una extraña liturgia con que puedo
modificar el tiempo,
modificar los seres y sus obras…
y convierto a mi antojo,
con un barniz de sueños, el paisaje
de esta tierra sin brújula…

Te evoco
retrocediendo al surco de Orihuela,
donde tuviste un huerto
y recogiste
los vientos con que el pueblo levantaba
velas de libertad…
Releo tus palabras…
Y me apena
que apagasen su fuego los que hicieron
uso de tu bandera con descaro
cuando llegó el momento
de volver al mar, tras la tormenta que sofocó la luz
y los sonidos.
--con mordaza de miedo—
escondiendo obedientes la cabeza
en un hoyo
al que pusieron nombre: “progresistas”.

Ellos
no pueden ya volar
a la utopía. Han perdido la magia
y los sujeta
a esta tierra, de forma permanente,
el lastre
de la paga oficial, con que compraron
su libertad
los cuervos milenarios,
los que cambian
de manera frecuente
de pluma y de graznido
según donde se encuentre el nido del poder.

Ya no levantan
los puños con ardor,
porque mantienen las manos aferradas al volante
de su coche oficial y les preocupa
perder la posición a que llegaron
en esta sociedad de nepotismo.

Y mienten con descaro al pueblo llano.

El pueblo…
que hoy mantiene su barca abandonada
en la arena del paro…
¿Dónde quedan las águilas, altivas en sus desfiladeros…?
¿Dónde los yacimientos de leones…?
¿Dónde las cordilleras de los toros…?

¿Cuándo murió el orgullo…?

¿De qué prado se llegaron los bueyes
hasta las parameras…?

¿Qué muralla de vidrio
detuvo al huracán y a que vasija
vino a morir el rayo entre monedas…?

Hoy te evoco,
Miguel,
porque hace falta
escribir otras nanas para niños mayores,
cercanos al ocaso,
que salen, cuando el negro
torrente de la noche se derrama en las calles,
a buscar el sustento
entre los desperdicios de los contenedores…
………………..
………………..
………………..
Solo
responde
el mar,
con su murmullo de eternidad monótona…

Y siento,
en esta hora,
que te has vuelto a morir, Miguel Hernández.


PILAR SERRANO DE MENCHEN

La libertad del verbo

En esta piel secreta
tan leve de los días,
apenas sombras alcanzan el ala
del surco y la semilla,
la callada inicial de lo que fueras.

Dentro tus ecos dulces besar las cimas
del aire porque duele.
Alisar lo pasado: el amor y su espina,
en las doradas luces tu corazón tan dócil.

Amaste siempre el verbo que sabe sus espigas
y descansa en el albar del alma.

Fiel espejo tu tinta
lamía las congojas con tan dulces palabras
que la luz expandían.
Bella la claridad de tus circonios
rescatabas los sueños en deriva.

Tus láminas de versos cruzar glebas y azules,
besar la incomprensión con la boca en clepsidra,
con esa libertad del poema y la lluvia.

Intima soledad nombrar la dolorida
esperanza: su río de ternura
lamiendo las astillas
del trago más amargo.

Adornar con alhajas de tiempo rebeldías,
el hechizo que cruza el silencio constante:
siempre amor a servir en tus razones íntimas;
tu adagio regalar el cantil de lo hermoso.

Luciérnaga tu vida,
siempre pueblo en tus ecos,
te besaste en tristuras, con la fe y la fatiga
del caminar, sintiéndote cansado de vivir.

Inventaste otra estrella con paces amarillas:
la cárcel del que aguanta la memoria;
el barro de tu propia angustia en alta cima.
Y aún al dolor creció tu lámpara de aceite
en un suspiro de dulzura albina.

Poeta de luz plena, supiste ser consuelo
con palabras que alisan
el temor de la noche,
cuando agobia la umbría.

¡Oh voz tan doliente dolerme entre la sangre!
¡Oh voz que siempre fija
un ideal, un sueño, y el beso de la brisa!

Piadoso y muy dulce nos cantas los silencios.
(Contigo he de cruzar un ensueño de rimas
y rodar hacia el tacto del cosmos cuando liba
tus trigos repujados con el salmo que fueras,
con la honda pasión de tu estrella y tu vida).

Solo tu sombra el tiempo, tan sabio, la rescata
con antiguos mensajes que saben tus orillas.

Tú estás en la dulzura de los aires
y alzas el hondo soplo del amor en tu esquina.

Tus palabras alumbran en la luz tu blancura,
la eternidad te brindan.


DAVID DE LA SIERRA-LLAMAZARES CEJUELA

Soneto intrascendente

Cada verso eslabona esta cadena…
los tercos versos que mi mano labra
sin saber distinguir si es la palabra
del canto de la musa, o la sirena.

Yo me enroqué en mi cueva por condena,
cerrada con mi propio abracadabra.
Y, cuando muera, ya no habrá quien abra
los cofres que enterré bajo la arena.

Tardé en anclar en temporal mi barco;
Dejé caer mis flechas torpemente
por no elevar con ambición el arco.

Mi propio corazón es quien me miente,
y va dejando escrita en cada charco
su voz de vocación intrascendente.


JOSÉ ANTONIO SORIA ESTEVAN

Miguel Hernández

I

Imposibles sin ti los remolinos
de música trayendo versos, llanto,
de tanto amor vertido en el espanto.

Imposibles sin ti todos los trinos
dejados desgarrando los caminos
que lloran sobre el muerto tanto, tanto.

Imposible taparlo con un manto
y correr como corren, asesinos,
escondiendo la mano tras la piedra.

Imposible que seas quien se arredra
si alimenta tu sombra los bancales
donde pasta el rebaño de palabras.

Si llaman a tu puerta, no les abras.
¡Imposible callar. Son criminales!

II

Imposible callar a los que piensan
si lo hacen al amor de tu poesía
olvidando el horror y tiranía.

Imposible evitar a los que prensan
carasoles y dioses, y dispensan
al tirano que esgrime su afonía.

Imposible pensar que en este día,
“cien años que naciste”, no destensan
los roces que dividen esta España.

Imposible pensar que la guadaña
pudiera cercenar el universo
habiéndose cumplido con tu muerte.

Pensar haber perdido nuestra suerte?
¡Imposible teniéndote en tu verso!


GRACIELA ZÁRATE CARRIÓ

Casi bruno

Huesos en tierra anclados y elegías
grises-ocres feroces van plasmando.
En barbechos y olivos transcurrías
acompañando muertos, triste. Amando.

Pico y pala mineros son tu pluma,
el negro del carbón tiñendo todo,
la sangre roja, con su roja espuma,
puntillita de mar, versos de lodo.

Umbrío entre los cardos, siempre justo,
lagrimales resecos por garganta,
un ojo viaja anclado en lo vetusto
y el otro grita, y mudo, casi canta.

Denuncia libertaria de coherencia,
latigazos humildes, penetrantes.
Sobria e inexistente indiferencia:
testimonios veraces por flagrantes.

La vida, tan intensa como dura,
te llevó del rebaño a pastar llanto.
Boca arrastró a tu boca firme y pura
y gritaste los tiempos del espanto.